Esta es una expresión que escuché aquí por primera vez y entendí lo que ella sugería… planificar y trazar metas para luego poder evaluar. Hemos terminado un año y comenzado el nuevo con desafíos, buenos propósitos y deseos de que este año sea diferente. Pero al transcurrir los días ni hemos aprendido de nuestros errores ni tenemos una hoja de ruta trazada, por lo que nos pasará igual que siempre.
La Biblia nos advierte: “¡Vamos ahora! los que decís: Hoy y mañana iremos a tal ciudad, y estaremos allá un año, y traficaremos y ganaremos; cuando no sabéis lo que será mañana” (Santiago 4:13-14). El reloj que marca el tiempo de nuestras vidas no está en nuestras manos. No hay mayor verdad que ésta: las misericordias de Dios “nuevas son cada mañana; grande es su fidelidad” (Lamentaciones 3:23). Y también nos dice: “basta a cada día su propio mal” (Mateo 6:34b). Entonces, ¿Debo planificar? Sí. El primer paso debe ser poner todo delante de nuestro Señor: anhelos, propósitos, debilidades,… Luego traza tu plan, porque el secreto es ocuparte, poniendo metas a corto y largo plazo, cosas que puedas realizar de acuerdo a tus tiempos y habilidades. No debemos preocuparnos, poner una carga excesiva por cosas que quizás nunca lleguen a ocurrir. Aprender a ver lo importante y no dejarnos dominar po la tiranía de lo urgente. Poner nuestras fuerzas en aquello que tiene valor eterno. Disfrutar de vivir un día a la vez con esa vida abundante que Dios promete a sus hijos. Somos “hechura suya”, la joya preciosa de Dios (Efesios 2:10). Brillemos como tal en un mundo que se tambalea triste y sin rumbo en medio de las tinieblas.
Dios nos ayude a estar siempre ocupados pero nunca
preocupados.