“Mira, oh Jehová, que amo tus mandamientos; vivifícame conforme a tu misericordia” (Sal. 119:159).
Hace un tiempo dije a un hermano que mantenía con firmeza su posición sobre un determinado asunto: Míralo de esta otra forma. Las cosas cambian notablemente según las consideres. La estrofa del Salmo (vv. 153-160) presenta una progresión en la forma de enfrentar los problemas según tres puntos de vista: Mirarse a sí mismo; mirar a otros; mirar a Dios.
La mirada a uno mismo pone al descubierto la aflicción personal (v. 153). No hay duda que el salmista y cada uno de nosotros pasamos por dificultades y aflicciones, éstas llenan nuestra mente. Las presentamos delante de Dios de la misma manera: “Mira mi aflicción”, de otra forma Señor, ocúpate un poco de mí. De ahí el ruego: “Líbrame”. La segunda petición es de amparo: “Defiende mi causa”; así se pone la dificultad en manos de Dios; le llama para que actúe con él como su abogado. Así hizo David con el problema de Saúl, su perseguidor: “Jehová será juez, y Él juzgará entre tú y yo. Él vea y sustente mi causa, y me defienda de tu mano” (1 S. 24:15). Pide también: “Redímeme”, habla de liberación, ruega que Dios le saque de aquella situación difícil, librándole del problema. Aún más, ruega también: “Vivifícame”, dame una nueva dimensión de vida. Apela a la gracia que vivifica y al poder de la Palabra que consuela el alma (v. 154).
La segunda mirada es al entorno. Está rodeado de enemigos, de diversos problemas, de diferentes pruebas, pero se mantiene fiel a Dios sin apartarse de Su palabra (156). Sin embargo, cuando vemos a otros, o alrededor nuestro, siempre hay un punto de tristeza: “Veía a los prevaricadores y me disgustaba” (v. 158). Es un disgusto santo, porque no observa lo que pueden hacerle a él, sino lo que hacen a Dios: “no guardan tus palabras”. No importa cuál sea el motivo, la mirada hacia otros descubrirá siempre aspectos negativos, que producirán tristeza.
La tercera mirada es hacia Dios (v. 159). Descubre en ella que Dios es digno de ser amado, y así lo hace: “amo tus mandamientos”. Jesús dijo que quien le ama a Él, obedece Sus mandamientos. No hay amor a Dios, si no es en el camino de la obediencia. Podemos estar desalentados, afligidos, pasando por grandes conflictos, donde el alma desfallece y la angustia inunda. Pero, viendo a Dios, descubrimos que podemos ser renovados: “vivifícame conforme a tu misericordia”. Lo importante no son mis problemas, ni las aflicciones, es amarte con toda el alma. Finalmente, al mirar a Dios encontramos en Él la fuente de la fidelidad y de la justicia (v. 160).
Sé que los hombres fracasan en el amor y en la fidelidad. Un día me encontraré con que alguien en quien confío me ha defraudado. Otras veces buscaré amparo en alguien y será injusto conmigo. Por eso mis ojos se vuelven a Dios, el único que ama sin reservas y es continuamente fiel. Sólo puedo confiar en Él. Debo preguntarme: ¿En donde está puesta mi vista? Acaso lo esté en mis problemas, o en mi entorno, pero debo ver a Dios. Necesito una visión más clara, tengo que decirle perdona mi estado y se Tú quien me lleve a nueva bendición.
Esta es mi oración ahora: Señor, que no me envuelva la luz de los ocasos… oh, rasga pronto el velo, aumenta mi visión.